El fin de semana pasado por fin vi esa película animada sobre la historia de las abejas. La verdad es que no me gustó
La historia está llena de inexactitudes. Para empezar, las abejas no saben hablar inglés (o español, si como yo, vieron la versión doblada por Jaime Camil). Una historia más plausible habría sido una historia de puros zumbidos, como en la escena del juicio. O más bien de puros bailes, porque las abejas exploradoras les indican a las compañeras hacia dónde deben volar mediante una peculiar danza.
Otro problema, es que, según esto, las abejas de Central Park viven en familias compuestas por padre, madre e hijo. De hecho, la mayoría de los personajes importantes de la historia son machos. En la vida real, la mayoría de los habitantes de una colmena son las obreras (hembras). De manera que las voces de la película original las pudieron haber prestado Ellen DeGeneres, para la heroína, y Rosie O'Donnel y, recientemente, Jodie Foster, para las madres. Pero mejor pospongamos este tema hasta que la nueva legislatura Michoacana presente su iniciativa de ley sobre las sociedades de convivencia y regresemos al tema de las abejas.
En una colmena solamente hay un macho por cada 50 a 70 hembras. Dichos machos no participan en la recolección de néctar/polen y son expulsados de la colmena una vez que terminaron de prestar servicios sexuales a la reina. Es más, el nombre técnico para una abeja macho es el de “zángano”. Seguramente los lectores recordarán a más de algún conocido que utiliza con frecuencia el “A ver, mi reina...”.
Algo que me llamó la atención de la película fueron las repetidas menciones de que las abejas no deberían de ser capaces de volar, como si fuera un conocimiento del dominio público bastante obvio. En este sentido, efectivamente, según cálculos publicados en 1934 por los entomólogos franceses, August Magnan y André Sainte-Lague, la mecánica de fluídos indica que las abejas no pueden volar.
Para explicar dicha aseveración, repasemos cómo vuelan los aviones. Si vemos un corte perpendicular del ala de un avión, veremos que más o menos tiene forma de “D” acostada con la parte plana del lado del piso. Cuando un objeto de esa geometría se mueve por el aire, como la longitud del arco es mayor que la de la parte plana, el aire debe moverse más rápido alrededor de aquella. El resultado es que se genera un vacío (o, más formalmente, la presión en la parte superior del ala es menor que la presión en la parte inferior) que, actuando en contra de la atracción gravitatoria, empuja al ala, junto con el avión que trae pegado, hacia arriba. A mayor velocidad (los aviones se desplazan a velocidades de 500 a 900 km/h), mayor se vuelve dicha diferencia de presión y el avión se puede mantener en el aire sin problemas.
Regresando a las abejas, debido a que sus alas son cortas y planas, la fuerza boyante generada por la geometría de sus alas no debería ser capaz de sostener su masa corporal en el aire.
¡Pero las abejas vuelan!
En el año 2005, el grupo del profesor Michael Dickinson del Instituto Tecnológico de California, reportó los resultados de sus estudios de fotografía de alta velocidad y de un ala robótica. En particular, encontraron que el vuelo de las abejas es sustancialmente diferente al de otros insectos voladores. Por ejemplo, la teoría dice que entre más grandes sean las alas de los insectos, más lento debería ser su aleteo. Pero las abejas agitan sus alas unas 230 veces cada segundo, ligeramente más rápido que un mosquito cuyas alas son mucho más pequeñas. Esta elevada frecuencia de aleteo, combinada con la trayecoria que siguen las alas, es responsable del vuelo de las abejas. De hecho, los investigadores concluyeron que el vuelo de las abejas está diseñado para poder soportar cargas adicionales al peso del animal (por ejemplo, el polen y néctar recién colectados). (Aunque cabe hacer mención de que otra explicación que presentaron los autores sobre sus hallazgos era que la forma de vuelo de las abejas, más bien se debe a una adaptación para compensar limitaciones fisiológicas de sus músculos de las alas).
El único elemento rescatable de la película creo que es el llamado de atención sobre la importancia de los polinizadores para el mantenimiento de la vida en la tierra. Según me comentó un compañero en el trabajo, en EEUU tienen ahora una crisis de polinizadores. Pero de ahí a que se puedan polinizar las planta de Central Park con las flores del desfile de las rosas (y que milagrosa e instantáneamente revivan las plantas con el simple contacto con el polen) hay una gran distancia.
Mientras voy a prepararme un té con miel de abeja (aprovechando que las cortes neoyorquinas no tienen jurisdicción en Morelia), invito a los lectores a visitar en www.ecolibrios.com el blog de esta melífera columna para que nos compartan sus impresiones de la película, sobre la última vez que los persiguió un enjambre de abejas o sobre cuál es su polinizador favorito.
La historia está llena de inexactitudes. Para empezar, las abejas no saben hablar inglés (o español, si como yo, vieron la versión doblada por Jaime Camil). Una historia más plausible habría sido una historia de puros zumbidos, como en la escena del juicio. O más bien de puros bailes, porque las abejas exploradoras les indican a las compañeras hacia dónde deben volar mediante una peculiar danza.
Otro problema, es que, según esto, las abejas de Central Park viven en familias compuestas por padre, madre e hijo. De hecho, la mayoría de los personajes importantes de la historia son machos. En la vida real, la mayoría de los habitantes de una colmena son las obreras (hembras). De manera que las voces de la película original las pudieron haber prestado Ellen DeGeneres, para la heroína, y Rosie O'Donnel y, recientemente, Jodie Foster, para las madres. Pero mejor pospongamos este tema hasta que la nueva legislatura Michoacana presente su iniciativa de ley sobre las sociedades de convivencia y regresemos al tema de las abejas.
En una colmena solamente hay un macho por cada 50 a 70 hembras. Dichos machos no participan en la recolección de néctar/polen y son expulsados de la colmena una vez que terminaron de prestar servicios sexuales a la reina. Es más, el nombre técnico para una abeja macho es el de “zángano”. Seguramente los lectores recordarán a más de algún conocido que utiliza con frecuencia el “A ver, mi reina...”.
Algo que me llamó la atención de la película fueron las repetidas menciones de que las abejas no deberían de ser capaces de volar, como si fuera un conocimiento del dominio público bastante obvio. En este sentido, efectivamente, según cálculos publicados en 1934 por los entomólogos franceses, August Magnan y André Sainte-Lague, la mecánica de fluídos indica que las abejas no pueden volar.
Para explicar dicha aseveración, repasemos cómo vuelan los aviones. Si vemos un corte perpendicular del ala de un avión, veremos que más o menos tiene forma de “D” acostada con la parte plana del lado del piso. Cuando un objeto de esa geometría se mueve por el aire, como la longitud del arco es mayor que la de la parte plana, el aire debe moverse más rápido alrededor de aquella. El resultado es que se genera un vacío (o, más formalmente, la presión en la parte superior del ala es menor que la presión en la parte inferior) que, actuando en contra de la atracción gravitatoria, empuja al ala, junto con el avión que trae pegado, hacia arriba. A mayor velocidad (los aviones se desplazan a velocidades de 500 a 900 km/h), mayor se vuelve dicha diferencia de presión y el avión se puede mantener en el aire sin problemas.
Regresando a las abejas, debido a que sus alas son cortas y planas, la fuerza boyante generada por la geometría de sus alas no debería ser capaz de sostener su masa corporal en el aire.
¡Pero las abejas vuelan!
En el año 2005, el grupo del profesor Michael Dickinson del Instituto Tecnológico de California, reportó los resultados de sus estudios de fotografía de alta velocidad y de un ala robótica. En particular, encontraron que el vuelo de las abejas es sustancialmente diferente al de otros insectos voladores. Por ejemplo, la teoría dice que entre más grandes sean las alas de los insectos, más lento debería ser su aleteo. Pero las abejas agitan sus alas unas 230 veces cada segundo, ligeramente más rápido que un mosquito cuyas alas son mucho más pequeñas. Esta elevada frecuencia de aleteo, combinada con la trayecoria que siguen las alas, es responsable del vuelo de las abejas. De hecho, los investigadores concluyeron que el vuelo de las abejas está diseñado para poder soportar cargas adicionales al peso del animal (por ejemplo, el polen y néctar recién colectados). (Aunque cabe hacer mención de que otra explicación que presentaron los autores sobre sus hallazgos era que la forma de vuelo de las abejas, más bien se debe a una adaptación para compensar limitaciones fisiológicas de sus músculos de las alas).
El único elemento rescatable de la película creo que es el llamado de atención sobre la importancia de los polinizadores para el mantenimiento de la vida en la tierra. Según me comentó un compañero en el trabajo, en EEUU tienen ahora una crisis de polinizadores. Pero de ahí a que se puedan polinizar las planta de Central Park con las flores del desfile de las rosas (y que milagrosa e instantáneamente revivan las plantas con el simple contacto con el polen) hay una gran distancia.
Mientras voy a prepararme un té con miel de abeja (aprovechando que las cortes neoyorquinas no tienen jurisdicción en Morelia), invito a los lectores a visitar en www.ecolibrios.com el blog de esta melífera columna para que nos compartan sus impresiones de la película, sobre la última vez que los persiguió un enjambre de abejas o sobre cuál es su polinizador favorito.