No le digan a mi jefe, pero ayer que fui a hacer unos trámites, aproveché y me quedé a desayunar en uno de estos restoranes de cadena de Av. Camelinas. A la hora de pedir mesa, me di cuenta de que ya se empiezan a notar los efectos de la nueva Ley General para el Control del Tabaco que recientemente aprobó el Senado de la República:
- De este lado, aunque fumen; prefiero no estar pegado al baño.
- Donde guste, todo el restorán es de “no fumar”.
Además de las consecuencias en la salud personal de quienes fuman, el problema del tabaquismo tiene costosas repercusiones para el Estado, lo que lo convierte en un importante problema de salud pública. Nada más en los sistemas seguridad social, la nación se gasta más de 7 mil millones de pesos anuales en atender a pacientes con enfermedades asociadas con el tabaquismo, según datos del Instituto Nacional de Salud Pública que sustentan, en parte, a la ley aprobada por el Senado.
Un columnista muy aguerrido de la revista Proceso que se oponía enfáticamente a esta ley y, sobre todo, a la local del D.F., argumentando que si bien los no fumadores tienen derecho a estar sin humo, el combatir el tabaquismo debería de ser posterior a controlar las emisiones de los coches y de otras fuentes de contaminación atmosférica. Más aún, además de insultar a quienes promueven y simpatizan con el no-fumar, este señor invocaba su supuesto derecho a fumar (una versión de este argumento, que es muy frecuente en los círculos de los fumadores es el “de algo nos tenemos que morir” o, citando a Joaquín Sabina antes de su experiencia cercana a la muerte, “si lo que quieres es vivir cien años”), pero como resaltaba un conocido hace un par de semanas, en la legislación mexicana no existe el derecho a fumar.
Veamos, una de las garantías individuales desde la constitución es el derecho a la protección a la salud. Pero, en realidad, en ningún lugar dice que tenemos derecho a intoxicarnos. De manera que, la próxima vez que en una plática de bar o los comensales de la mesa de al lado le salgan con que su (de ellos) supuesto derecho a fumar es igual que el suyo (de usted) a no inhalar humo, puede contestarles con la máxima de Cantinflas, “no hay derecho”. Porque en realidad no lo hay.
La magnitud del reto que enfrentan quienes intentan dejar de fumar es enorme. Y esto se debe a que los cigarros están diseñados para ser adictivos. Además de que su principio activo, la nicotina, produce adicción fisiológica, el hábito de fumar puede arraigarse en forma de una adicción sicológica muy fuerte. Decía el malogrado cómico estadounidensde Bill Hicks, que dejar de fumar es muy fácil y que él lo había hecho (dejar de fumar) innumerables ocasiones... lo difícil es mantenerse “sobrio” (utilizando la nomenclatura de los programas de los doce pasos contra otras adicciones).
Debido a la mencionada combinación de adicciones fisiológica y sicológica es que los programas para dejar de fumar que mejor funcionan son los que combinan un componente de modificación de la conducta con un componente de medicamento. Los medicamentos más comunes son vehículos para el suministro de nicotina que reemplace a la que antes se fumaban los “nicotinómanos”. Básicamente, se sustituye la nicotina fumada con una dosis también inhalada, masticada o administrada a través de la piel con parches. Después, se va reduciendo la dosis hasta que se elimina el suministro y el paciente está curado. De manera simultánea se recomienda acudir a una clínica contra el tabaquismo dónde se trabaja con el comportamiento y con los sentimientos de los pacientes para que les sea más fácil lidiar con la ansiedad que provoca la abstinencia de nicotina.
Recientmente, la misma compañía que comercializó al citrato de sildenafil, lanzó al mercado unas pastillas de vareniclina, droga para dejar de fumar. En lugar de reemplazar a la niocotina, este medicamento actúa en el sistema nervioso interfiriendo con los receptores de nicotina en el cerebro. De esta manera, aunque el paciente no consuma nicotina, no siente la ansiedad asociada al síndrome de abstinencia. Más aún, como los receptores están ocupados, los fumadores que hacen trampa durante su tratamiento no sienten el placer al fumar. Este tratamiento además viene asociado con una página de internet de apoyo sicológico, con un fuerte componente de terapia conductual. Obviamente, la compañía recomienda que se consulte a un médico especialista quien deberá evaluar si su producto es apropiado para dar tratamiento a una persona en particular.
Con los impuestos al tabaco y el nuevo estigma social que tiene esta adicción, además de que ya va a estar prohibido fumar en todos lados, creo que hay buenas razones para dejar de fumar. Por ejemplo, alguien que deje de fumarse una cajetilla y media por semana, ahorrará ¡$7,800 al año!
Esta semana, además de invitar a los lectores, como siempre, a visitar el blog en Ecolibrios.com, les recomendamos revisar la literatura sobre tabaquismo que ha preparado el Consejo Nacional contra las Adicciones (www.conadic.salud.gob.mx).
- De este lado, aunque fumen; prefiero no estar pegado al baño.
- Donde guste, todo el restorán es de “no fumar”.
Además de las consecuencias en la salud personal de quienes fuman, el problema del tabaquismo tiene costosas repercusiones para el Estado, lo que lo convierte en un importante problema de salud pública. Nada más en los sistemas seguridad social, la nación se gasta más de 7 mil millones de pesos anuales en atender a pacientes con enfermedades asociadas con el tabaquismo, según datos del Instituto Nacional de Salud Pública que sustentan, en parte, a la ley aprobada por el Senado.
Un columnista muy aguerrido de la revista Proceso que se oponía enfáticamente a esta ley y, sobre todo, a la local del D.F., argumentando que si bien los no fumadores tienen derecho a estar sin humo, el combatir el tabaquismo debería de ser posterior a controlar las emisiones de los coches y de otras fuentes de contaminación atmosférica. Más aún, además de insultar a quienes promueven y simpatizan con el no-fumar, este señor invocaba su supuesto derecho a fumar (una versión de este argumento, que es muy frecuente en los círculos de los fumadores es el “de algo nos tenemos que morir” o, citando a Joaquín Sabina antes de su experiencia cercana a la muerte, “si lo que quieres es vivir cien años”), pero como resaltaba un conocido hace un par de semanas, en la legislación mexicana no existe el derecho a fumar.
Veamos, una de las garantías individuales desde la constitución es el derecho a la protección a la salud. Pero, en realidad, en ningún lugar dice que tenemos derecho a intoxicarnos. De manera que, la próxima vez que en una plática de bar o los comensales de la mesa de al lado le salgan con que su (de ellos) supuesto derecho a fumar es igual que el suyo (de usted) a no inhalar humo, puede contestarles con la máxima de Cantinflas, “no hay derecho”. Porque en realidad no lo hay.
La magnitud del reto que enfrentan quienes intentan dejar de fumar es enorme. Y esto se debe a que los cigarros están diseñados para ser adictivos. Además de que su principio activo, la nicotina, produce adicción fisiológica, el hábito de fumar puede arraigarse en forma de una adicción sicológica muy fuerte. Decía el malogrado cómico estadounidensde Bill Hicks, que dejar de fumar es muy fácil y que él lo había hecho (dejar de fumar) innumerables ocasiones... lo difícil es mantenerse “sobrio” (utilizando la nomenclatura de los programas de los doce pasos contra otras adicciones).
Debido a la mencionada combinación de adicciones fisiológica y sicológica es que los programas para dejar de fumar que mejor funcionan son los que combinan un componente de modificación de la conducta con un componente de medicamento. Los medicamentos más comunes son vehículos para el suministro de nicotina que reemplace a la que antes se fumaban los “nicotinómanos”. Básicamente, se sustituye la nicotina fumada con una dosis también inhalada, masticada o administrada a través de la piel con parches. Después, se va reduciendo la dosis hasta que se elimina el suministro y el paciente está curado. De manera simultánea se recomienda acudir a una clínica contra el tabaquismo dónde se trabaja con el comportamiento y con los sentimientos de los pacientes para que les sea más fácil lidiar con la ansiedad que provoca la abstinencia de nicotina.
Recientmente, la misma compañía que comercializó al citrato de sildenafil, lanzó al mercado unas pastillas de vareniclina, droga para dejar de fumar. En lugar de reemplazar a la niocotina, este medicamento actúa en el sistema nervioso interfiriendo con los receptores de nicotina en el cerebro. De esta manera, aunque el paciente no consuma nicotina, no siente la ansiedad asociada al síndrome de abstinencia. Más aún, como los receptores están ocupados, los fumadores que hacen trampa durante su tratamiento no sienten el placer al fumar. Este tratamiento además viene asociado con una página de internet de apoyo sicológico, con un fuerte componente de terapia conductual. Obviamente, la compañía recomienda que se consulte a un médico especialista quien deberá evaluar si su producto es apropiado para dar tratamiento a una persona en particular.
Con los impuestos al tabaco y el nuevo estigma social que tiene esta adicción, además de que ya va a estar prohibido fumar en todos lados, creo que hay buenas razones para dejar de fumar. Por ejemplo, alguien que deje de fumarse una cajetilla y media por semana, ahorrará ¡$7,800 al año!
Esta semana, además de invitar a los lectores, como siempre, a visitar el blog en Ecolibrios.com, les recomendamos revisar la literatura sobre tabaquismo que ha preparado el Consejo Nacional contra las Adicciones (www.conadic.salud.gob.mx).