Con el vórtice polar de gira por todo el hemisferio norte, este invierno ha sido particularmente frío. De hecho, si los pronósticos del Servicio Meteorológico Nacional fueron correctos, lectoras y lectores de varias ciudades del norte del país estarán recibiendo esta columna bajo algunos milímetros de nieve. No se si la severidad del invierno tenga influencia en la frecuencia y la severidad de enfermedades, pero lo que sí es cierto, y de todos conocido, es que durante esta estación aumenta la incidencia de enfermedades respiratorias, incluyendo la de la influenza estacional. La autoridad sanitaria de México recomienda vacunar a los grupos más vulnerables, como personas muy jóvenes, a las mayores de 65 años y a personas con enfermedades crónicas cuyos sistemas inmunológicos no estén completamente funcionales.
Este año, ya quedó claro, la influenza H1N1 regresó y parece haberse incorporado al catálogo de cepas de la influenza estacional. Lo bueno es que con el susto de la pandemia de 2009-2010 todo el mundo se sabe los síntomas y podrá acudir al médico con prontitud. Lo bueno, también, es que las vacunas están disponibles para la población en general y no solamente para los grupos más susceptibles de tener complicaciones letales en caso de contagiarse con este virus. Lo malo es que, a pesar de toda la información disponible y la alta mortalidad que ha tenido el virus de la influenza H1N1 este año, sigue habiendo gente que desconfía de la vacuna –argumentando diversas teorías de la conspiración– y decide no aplicársela. Si bien los alcances de la influenza no han sido tan severos como durante la pandemia de 2009-2010, uno esperaría una reacción más vigorosa de las autoridades sanitarias después de más de 2 mil casos documentados de esta cepa del virus que han causado más de 200 muertes.
Uno de los principales argumentos para no vacunarse se derivó de un trabajo de investigación y es la aparente liga que se detectó en 1998 entre el uso de una vacuna triple (contra sarampión, paperas y rubéola) y el desarrollo de autismo. El doctor Wakefield y colaboradores publicaron un estudio de doce casos de niños del Reino Unido, diez de los cuales 10 desarrollaron autismo después de haber sido vacunados con la vacuna triple. Los padres o los respectivos pediatras fueron quienes hicieron la conexión. Los investigadores plantearon la hipótesis de que como la vacuna causaba reacciones intestinales, algunos de los péptidos liberados podían ingresar al torrente sanguíneo y alterar el desarrollo normal del cerebro. Sin embargo, esta hipótesis y otras asociadas, además de la relación entre la vacuna triple y el autismo han sido estudiadas varias veces a partir del artículo de Wakefield. En ningún caso se ha encontrado una correlación ni una causalidad entre la vacuna y el desarrollo de autismo.
En el otro extremo de los argumentos para no vacunarse está la muy popular teoría de la conspiración de que Estados Unidos, a través de las grandes compañías farmacéuticas –varias de las cuales son europeas– utiliza a las poblaciones de países como México para probar sus drogas y vacunas antes de liberarlas de manera segura en sus mercados locales. Si esto fuera cierto, las compañías farmacéuticas estarían vendiendo productos que no sirven a sus mercados consentidos y estarían perdiendo dinero. Y es que resulta que las particularidades genéticas de las distintas poblaciones de los distintos países nos hace más o menos susceptibles a distintas enfermedades y más o menos sensibles a distintos medicamentos o vacunas. Una vacuna “calada” en la población general en México no serviría para la población general en Estados Unidos. Lo que en realidad hacen las compañías farmacéuticas antes de liberar productos al mercado es hacer pruebas clínicas controladas con distintos grupos étnicos en varios países.
El mejor argumento para vacunarse es que las vacunas funcionan. Ahí están los esquemas de vacunación infantil y el abatimiento de enfermedades como la polio, el sarampión y la viruela. Con las vacunas que ahora están disponibles contra el virus del papiloma humano seguramente veremos a generaciones con incidencias mínimas de cáncer cérvico-uterino. En general, el uso generalizado de vacunas ha permitido aumentar la expectativa y la calidad de vida alrededor del mundo. El caso contrario ocurre cuando se dejan de vacunar núcleos de la población, pues se ha encontrado que se presentan casos de las enfermedades que hubieran prevenido las vacunas omitidas. Uno podría alegar la libertad individual –o la elección parental en el caso de los menores– de elegir vacunarse o no. Sin embargo, cuando ocurren esos brotes de enfermedades no solo se enferman los niños que no se vacunaron sino que frecuentemente también son afectados los que eran muy pequeños para recibir las vacunas y aquellos que no tuvieron una respuesta inmune suficiente a la vacuna.
A nivel global están muy bien documentados varios brotes de enfermedades que se pueden prevenir con las vacunas correspondientes. En este sentido, el Council for Foreign Relations publicó un mapa interactivo sobre estos brotes que es contundente y, en mi opinión, suficiente para aplacar cualquier suspicacia conspiracionista en contra del uso de vacunas.