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Lucerito cazadora y la doble moral

Si Lucerito viviera en Estados Unidos probablemente sería vocera de la NRA y no del equivalente del Teletón. Probablemente votaría por los candidatos del Tea Party, en vez de hacerlo por… bueno, en realidad, la información disponible en internet no deja claras sus inclinaciones políticas. En todo caso, con su legendaria propensión por la “pirotecnia” escénica y su conocido respaldo del uso de armas de fuego por civiles no debería escandalizarnos ni sorprendernos la expedición cinegética consignada en el trabajo de investigación, profundo y de buen gusto, como siempre, que nos compartió la revista TV Notas –¡háganse a un lado Gatopardo y National Geographic!–.

La víctima más reciente de Chispita parece ser un ejemplar de Capra pyrenaica, una especie endémica de cabra de la Península Ibérica de la que existieron cuatro subespecies. Quedan dos. Capra pyrenaica lusitanica se extinguió en 1892 y el último ejemplar de C. pyrenaica pyrenaica murió hace 14 años. De las dos subespecies que siguen pululando por la península ibérica, C. pyrenaica hispánica tiene una distribución más o menos restringida y la C. pyrenaica victoriae, con poblaciones más numerosas, se ha convertido en una especie cinegética muy apreciada debido, precisamente, a su rareza.

Entonces, ¿debemos condenar a Lucerito por haberse ido de cacería? ¿O tal vez a los españoles por expedir permisos para cazar especies amenazadas? Yo creo que a ambos… o más bien a ninguno. La cacería es necesaria en algunos casos para controlar las poblaciones silvestres. A la C. pyrenaica originalmente se la comían depredadores como lobos, osos y aves rapaces, con lo cual mantenían a raya a estos parientes de los chivos. Sin embargo, con el declive de esos carnívoros, las poblaciones locales de cabras aumentaron y eso puede tener consecuencias ambientales serias. Un ejemplo cercano son los chivos que llevaron los marinos a la Isla Socorro en el Pacífico mexicano. La historia es clásica en los anales de la ecología de especies invasoras: En esta isla océanica, donde al Presidente Zedillo le gustaba ir a bucear, la Marina mantiene un destacamento al que abastece de víveres y cambia al personal periódicamente. Sin embargo, en época de huracanes no siempre es posible acercar las provisiones, por lo que se echó mano de los chivos. Los animales se atienden solos y en caso necesario se puede ir a buscar uno, sacrificarloy alimentar al destacamento. Suena bien, pero los chivos han causado una pérdida de vegetación terrible, generando una erosión severa en la isla.

El efecto de los chivos en Isla Socorro es tan severo que se alcanza a ver desde el satélite.  Contrastan mucho lo verde del norte de la isla, donde no hay chivos, con el paisaje erosionado en el sur.


En nuestro país los ranchos cinegéticos tienen la figura jurídica conocida como Unidad de Manejo Ambiental o UMA, el instrumento que usa la Secretaría de Medio Ambiente para regular el uso de los distintos componentes del capital natural de México. Por ejemplo, en Tehuacán-Cuicatlán, en la frontera entre Puebla y Oaxaca, en lugar de que las comunidades desmonten y acaben con los bosques endémicos de cactáceas, existen UMAs que se encargan de su propagación sostenible y venta. Otro ejemplo es el estero de La Manzanilla, Jalisco, donde existe una UMA que se dedica a la conservación del cocodrilo de río. Sus acciones actividades incluyen el mantenimiento de un cocodrilario, dar paseos en el río, ofertar cursos sobre su biología y manejo, pero también realizan su extracción controlada.
Sin duda los ranchos cinegéticos siguen siendo polémicos en el mundo de la ciencia y de la conservación biológicas. Después de todo, la mayoría de quienes nos metimos a estudiar biologías fuimos inspirados, al menos en parte, por naturalistas como Attenborough o Cousteau. Sin embargo, en la vida real, quienes están más interesados en la conservación de poblaciones viables de las especies cinegéticas son, precisamente, las comunidades y los particulares que viven de su uso. También, en la vida real, los permisos de cacería en los ranchos cinegéticos son los que patrocinan la investigación y el manejo de los ecosistemas donde habitan estas especies. Resulta que al entender mejor a la especie cinegética estamos mejor armados (sic) para su conservación.

El control de las poblaciones silvestres y ferales de animales mediante la caza deportiva (o no) no es exclusivo de las cabras ibéricas ni de las distintas especies de venados mexicanos. En Australia, por ejemplo, la falta de depredadores ha desencadenado una sobrepoblación de canguros y de un sapo invasor, que orillaron al gobierno a prescribir su cacería. En mi humilde opinión, ese tipo de intervención vigorosa es la que deberíamos implementar en las ciudades mexicanas que están invadidas por poblaciones enormes de perros y gatos ferales, cuya sobrepoblación frecuentemente alcanza a invadir muros de Facebook y timelines de Twitter por igual; además de los recientes ataques a personas, estos animales aniquilan a la fauna nativa que de otra forma podría estar habitando y embelleciendo nuestras ciudades.

Al final del día, el hobby de Lucerito –o el del Rey de España o del matagatos de Querétaro– es esencialmente lo mismo –y hasta más humano– que la tauromaquia de Carlos Loret de Mola, por citar un ejemplo. Nada más que en el caso del conductor, el periodismo de investigación de TV Notas nunca ha desencadenado una reacción de linchamiento, al contrario, con frecuencia se lo celebra –sus expediciones a La Marquesa son otro cuento–.

Si de veras nos ponemos reflexivos, cualquiera que se vaya a cenar a los tacos está al mismo nivel que Lucerito o que Loret. Así es, la ganadería (en todas sus formas) es la industria de criar animales para matarlos. Usted podrá decir que no es lo mismo matar animales por deporte y matarlos para hacer embutidos. Es cierto, pero creo que la diferencia se vuelve trivial si consideramos que para dar de comer a los siete millardos de humanos, la mayoría de los cuales no producimos nuestra propia comida, la industria de la alimentación ha tenido que desarrollar operaciones masivas para la producción de carne y otros productos animales. Por muy humanos y estandarizados que la doctora Temple Grandin haya dejado a los rastros, siguen siendo mataderos para animales cuya única misión en la vida es engordar y morirse para convertirse en hamburguesas… o menudo. Por muy contentas que estén las gallinas que ponen los huevos “de gallina libre” que ahora están disponibles en los almacenes que antes se llamaban el Club de Precios, la industria del huevo se sustenta en el sacrificio masivo de los pollitos machos nomás porque no sirven para poner huevos. ¿Es sustancialmente distinto el escopetazo del novio de Lucerito del sacrificio masivo de los animales cultivados? ¿Es moralmente superior la invención de animales cuyo único e inevitable propósito es su sacrificio que irse al cerro a cazar una cabra de vez en cuando? Debatible.

Del daño colateral causado por el más reciente escándalo de Lucerito, creo que ni Kate del Castillo se salva. La nueva vocera de PETA, quien a estas alturas seguramente es vegana, condenó el sacrificio de los animales. Sin embargo, esa organización es una de las principales promotoras de la eutanasia de perros y gatos como medida de control de sus poblaciones ferales en las ciudades.

Como no hay perros ni gatos callejeros, en las inmediaciones de la Universidad Harvard habita esta pareja de guajolotes silvestres. Muy quitados de la pena deambulan por el vecindario.  Aquí hay más evidencia... su vida es tan apacible que hasta se ponen a leer...


Mientras mantenemos el boicot en contra de Lucerito –pero nada más de aquí hasta que empiece el Teletón; digo, si a Gael, el vocero turístico de Nuevo León, lo perdonamos luego luego, ni modo que no le levantemos el castigo a la novia de América– reflexionemos sobre cómo nuestra especie echa mano de todas las demás para mantener y aumentar nuestra población. En este sentido, la ocurrencia del Senador Delgado de prohibir la caza deportiva en México es exagerada y parcial –no incluye a los toros, los circos y ni la ganadería–, además de disparatada, ignorante y peligrosa, desde el punto de vista socioecológico.

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