Casi no se nota porque llevo como dos años usando una computadora de manzana –la cual adopté cuando me cansé de pelearme casi cinco años con Ubuntu– y porque sólo uso Internet Explorer para hacer trámites muy específicos en Hacienda, la UNAM y el CONACYT, pero creo que el caso de Bill Gates es admirable.
Por un lado están todos los productos de Microsoft que a lo largo de varias décadas han permanecido dentro del estándar para el cómputo personal. Lectores de cierta edad habrán escrito programas en Basic en sus Commodore 64 (para los usuarios de smartphones, el 64 se refiere a los 64 KiloBytes de RAM que tenían esas maquinotas), cuyo sistema operativo fue el responsable de que decidiera darse de baja de Harvard.
Además de ser un gran empresario y un genio de la programación, Gates también ha aportado innovaciones importantes en la filantropía. Desde que dejó su trabajo como CEO de Microsoft, ha dedicado buena parte de su tiempo y de su fortuna a mejorar la educación, la salud y la alimentación de los más pobres del planeta.
A principios de cada año, Bill Gates publica una carta que es una especie de informe de actividades del año anterior, pero también suele contener un planteamiento filosófico y una reflexión pragmática de cuales estrategias están funcionando en sus esfuerzos. El año pasado, por ejemplo, habló de la necesaria innovación para mejorar la agricultura en los países más pobres. El tema de este año fue la importancia de medir bien.
Me explico. Partiendo del principio de que hay más problemas que recursos disponibles para resolverlos, Gates propone un método infalible que ha funcionado para avanzar la innovación desde la revolución industrial: establecer un objetivo claro y encontrar una medida (acción) que permita acercarse al objetivo. El problema a lo largo de la historia es que en ámbitos distintos al industrial casi no se aplica ese método. La falta de objetivos claros y de indicadores que sirvan para medir el éxito resultan ser la causa del fracaso de muchas intervenciones sociales. Al mismo tiempo, como no se ve claro el efecto, muchos donadores optan por interrumpir el flujo de dinero.
Un juego de indicadores que invoca Gates y que ya hemos mencionado en esta columna son los objetivos de desarrollo del milenio. Estas ocho metas a las que se comprometieron prácticamente todos los países guiaron la agenda internacional del desarrollo durante la primera década y media del siglo actual y plantearon objetivos claros a diversos países.
Por ejemplo, en el tema de reducir en dos tercios la mortalidad de menores de cinco años. Un paso para lograr esto es la aplicación de vacunas a todos los niños, incluyendo la de la poliomielitis, que está muy cercana a erradicarse. Sin embargo, en países como Pakistán, Afganistán y Nigeria, no se había detectado una reducción en la incidencia de esta enfermedad. En ambos países asiáticos la limitación es la inseguridad. En cambio, en Nigeria, la falta de buenos mapas y de buena documentación sobre las rutas reales de las brigadas de vacunación resultaron ser el problema. Por ejemplo, las brigadas salían al campo con mapas hechos a mano que eran corregidos, a veces, sobre la marcha. Con malos mapas, se vuelve poco eficiente el recorrido. Algunas medidas que parecen estar ayudando son proporcionarles mejores mapas con imágenes de satélite –lo cual también permite saber dónde exactamente se encuentra cada poblado– y dotarlos con teléfonos celulares con aplicaciones de rastreo por GPS, con lo cual se puede saber exactamente cual fue la ruta recorrida y si hace falta regresar a cierto lugar o no.
Importando herramientas del mundo de los negocios (yo diría que de la ciencia, pero no es mi carta), Bill Gates ofrece al tercer sector una herramienta poderosa para garantizar el éxito, ayudar a que se propaguen las buenas prácticas y mantener contentos a los donadores. Recuerdo que alguna vez Gates declaró que no le interesaba hacer filantropía (pero también alguna vez dijo que la Internet no tenía futuro). Ese Gates contrasta bastante con el que ahora dedica su tiempo y su fortuna para ayudar a los más pobres.