Dice el escritor japonés de libros infantiles, Taro Gomi, Todos hacemos caca (Kane/Miller Book Publishers, EEUU, 1997). Esto viene a cuento porque, como lo comentamos la semana pasada, está transcurriendo el Año Internacional del Saneamiento. Y saneamiento se refiere al manejo de residuos de la actividad humana, específicamente, a los del proceso digestivo.
Al pensar en las acciones que realizadas por la ONU, la OMS, UNISEF y similares (pero no las farmacias), para mejorar las condiciones higiénicas en el mundo, saltan a la mente imágenes dramáticas de África, como las de esos infomerciales donde Ricardo Montalbán invitaba al desvelado público televidente a patrocinar a uno o varios niños. A mi, además, me vienen a la mente los relatos de mi amiga Deb, quien realizaba su investigación doctoral en Camerún. Deb cuenta que para bañarse había un cuartito de madera separado de la casa, con un boquete en el piso por donde drenaba el agua. Lo peculiar de esas instalaciones sanitarias era que para ir al baño lo único que tenían que hacer era ponerse en cuclillas y hacer su mejor esfuerzo por atinarle al ya mencionado boquete. Esta imagen, por ser remota, puede sonar graciosa, sobre todo si consideramos que Deb siempre se iba a Camerún con botas nuevas y evitaba a toda costa “estrenarlas” en el ejercicio del deber.
Sin embargo, las deficiencias en materia de saneamiento nos son más cercanas de lo que nos gustaría admitir y sus implicaciones son más serias de lo que quisiéramos saber. Por ejemplo, según el Conteo Nacional de la Población que realizó el INEGI en el 2005, casi siete millones de mexicanos no cuentan con un escusado. A ellos se suman otros diez millones y medio cuya tecnología para disponer de los residuos no tiene entrada de agua. En nuestro Estado la cosa se complica porque veinte por ciento de los casi cuatro millones de michoacanos se encuentran en uno de los supuestos anteriores.
La disposición de residuos digestivos se convierte, pues, en un tema de salud pública, sobre todo donde se practica el fecalismo al aire libre. El efecto más directo es que la población está expuesta a una amplia gama de enfermedades de transmisión fecal-oral. La semana pasada estaba viendo un programa sobre el Día Mundial del Agua en el que decían que la mitad de las infecciones en el mundo se deben al consumo de agua contaminada, precisamente, por enterobacterias. A juzgar por ciertos hallazgos bastante comunes cuando uno sale a caminar en los alrededores de Morelia, se podría pensar que este problema se restringe o por lo menos es más evidente en un contexto rural. Pero la realidad es otra.
Las ciudades, por muy urbanizadas que estén (aunque suene redundante, no lo es, por lo menos no completamente), también tienen su lado inmundo. Por ejemplo, estudios realizados en la Ciudad de México por el grupo de la Dra. Irma Rosas, del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, han revelado evidencias clarísimas de fecalismo al aire libre. Los investigadores no sólo encontraron enterobacterias en todos los confines del D.F., sino que descubrieron que la abundancia de estos bichos es sustancialmente mayor adentro de las casas que en la calle. Es más, hay quienes afirman que si las heces brillaran en la oscuridad, la Ciudad de México no necesitaría electricidad para iluminar sus calles en la noche.
Las causas de que los investigadores encontraran una mayor presencia de bacterias adentro de las viviendas que afuera no fueron completamente resueltas. Pero a mi me late que un factor importante es esa práctica, muy arraigada en nuestro país, de depositar el papel usado en un bote en lugar de en el retrete. Las moscas comen de todo, pero sus platillos favoritos son la carne en descomposición y las heces. Si una mosca logra colarse en una vivienda con bote papelero, seguramente hará multiples viajes entre la cocina, donde está la comida, y el baño, donde está el postre. De manera que, en realidad, se está creando una situación de fecalismo al aire libre, pero bajo techo.
Cuando debatimos este tema con algunos amigos, sobre todo cuando vienen de visita a mi casa, su argumento más frecuente para separar el papel es el de que se tapa el w.c. si se manda al caño. Lo peor es que, como una profesía apocalíptica, varias veces se ha tapado el baño cuando visitan estos cuates. Pero esto se debe a que las instalaciones sanitarias están diseñadas para mover los proverbiales tres cuadritos ¡y no medio rollo! No voy a revelar identidades, pero you know who you are!
Como el papel higíenico promovido por un cachorro de labrador, este rollo trae muchas hojas y tendremos que aguantarnos una semana las ganas de discutir el argumento ambiental que esgrimen las visitas separadoras de papel higiénico. Mientras los lectores digieren la presente entrega, les invitamos a visitar el blog en ecolibrios.com (sí, también funcina sin la www) y a depositar sus comentarios sobre la materia de hoy. En el blog también encontrarán ligas a los materiales que fueron consultados por esta columna, que ya se hace... tarde.
Al pensar en las acciones que realizadas por la ONU, la OMS, UNISEF y similares (pero no las farmacias), para mejorar las condiciones higiénicas en el mundo, saltan a la mente imágenes dramáticas de África, como las de esos infomerciales donde Ricardo Montalbán invitaba al desvelado público televidente a patrocinar a uno o varios niños. A mi, además, me vienen a la mente los relatos de mi amiga Deb, quien realizaba su investigación doctoral en Camerún. Deb cuenta que para bañarse había un cuartito de madera separado de la casa, con un boquete en el piso por donde drenaba el agua. Lo peculiar de esas instalaciones sanitarias era que para ir al baño lo único que tenían que hacer era ponerse en cuclillas y hacer su mejor esfuerzo por atinarle al ya mencionado boquete. Esta imagen, por ser remota, puede sonar graciosa, sobre todo si consideramos que Deb siempre se iba a Camerún con botas nuevas y evitaba a toda costa “estrenarlas” en el ejercicio del deber.
Sin embargo, las deficiencias en materia de saneamiento nos son más cercanas de lo que nos gustaría admitir y sus implicaciones son más serias de lo que quisiéramos saber. Por ejemplo, según el Conteo Nacional de la Población que realizó el INEGI en el 2005, casi siete millones de mexicanos no cuentan con un escusado. A ellos se suman otros diez millones y medio cuya tecnología para disponer de los residuos no tiene entrada de agua. En nuestro Estado la cosa se complica porque veinte por ciento de los casi cuatro millones de michoacanos se encuentran en uno de los supuestos anteriores.
La disposición de residuos digestivos se convierte, pues, en un tema de salud pública, sobre todo donde se practica el fecalismo al aire libre. El efecto más directo es que la población está expuesta a una amplia gama de enfermedades de transmisión fecal-oral. La semana pasada estaba viendo un programa sobre el Día Mundial del Agua en el que decían que la mitad de las infecciones en el mundo se deben al consumo de agua contaminada, precisamente, por enterobacterias. A juzgar por ciertos hallazgos bastante comunes cuando uno sale a caminar en los alrededores de Morelia, se podría pensar que este problema se restringe o por lo menos es más evidente en un contexto rural. Pero la realidad es otra.
Las ciudades, por muy urbanizadas que estén (aunque suene redundante, no lo es, por lo menos no completamente), también tienen su lado inmundo. Por ejemplo, estudios realizados en la Ciudad de México por el grupo de la Dra. Irma Rosas, del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, han revelado evidencias clarísimas de fecalismo al aire libre. Los investigadores no sólo encontraron enterobacterias en todos los confines del D.F., sino que descubrieron que la abundancia de estos bichos es sustancialmente mayor adentro de las casas que en la calle. Es más, hay quienes afirman que si las heces brillaran en la oscuridad, la Ciudad de México no necesitaría electricidad para iluminar sus calles en la noche.
Las causas de que los investigadores encontraran una mayor presencia de bacterias adentro de las viviendas que afuera no fueron completamente resueltas. Pero a mi me late que un factor importante es esa práctica, muy arraigada en nuestro país, de depositar el papel usado en un bote en lugar de en el retrete. Las moscas comen de todo, pero sus platillos favoritos son la carne en descomposición y las heces. Si una mosca logra colarse en una vivienda con bote papelero, seguramente hará multiples viajes entre la cocina, donde está la comida, y el baño, donde está el postre. De manera que, en realidad, se está creando una situación de fecalismo al aire libre, pero bajo techo.
Cuando debatimos este tema con algunos amigos, sobre todo cuando vienen de visita a mi casa, su argumento más frecuente para separar el papel es el de que se tapa el w.c. si se manda al caño. Lo peor es que, como una profesía apocalíptica, varias veces se ha tapado el baño cuando visitan estos cuates. Pero esto se debe a que las instalaciones sanitarias están diseñadas para mover los proverbiales tres cuadritos ¡y no medio rollo! No voy a revelar identidades, pero you know who you are!
Como el papel higíenico promovido por un cachorro de labrador, este rollo trae muchas hojas y tendremos que aguantarnos una semana las ganas de discutir el argumento ambiental que esgrimen las visitas separadoras de papel higiénico. Mientras los lectores digieren la presente entrega, les invitamos a visitar el blog en ecolibrios.com (sí, también funcina sin la www) y a depositar sus comentarios sobre la materia de hoy. En el blog también encontrarán ligas a los materiales que fueron consultados por esta columna, que ya se hace... tarde.