Con el año se terminó por fin la temporada de villancicos, pero el invierno apenas empieza. Así que se nos viene la temporada de resfriados y diversas enfermedades respiratorias.
A la par de estas enfermedades estacionales aumenta también el consumo de medicamentos. Además de las medicinas para los síntomas, que ya están muy visibles en la televisión, en esta época se receta una cantidad enorme de antibióticos. En México sólo recientemente se estableció un control a la venta de antibióticos esperando que se redujeran los elevadísimos niveles de automedicación que tenía este país.
Con control o sin control gubernamental (cuando compras tus medicinas en el tianguis o cuando le dices al médico de la farmacia de descuento de cual antibiótico vas a querer que te recete), el aumento del consumo de antibióticos tiene como consecuencia el aumento de su descarga a los sistemas de alcantarillado de las ciudades. Esto es porque para que funcionen, los antibióticos deben permanecer sin degradarse durante su paso por el cuerpo. De otra manera, el principio activo dejaría de estarlo. En otros casos, lo que se ingiere es un precursor del antibiótico que, al ser metabolizado, adquiere su forma letal para las bacterias.
De cualquier forma, si estas sustancias se mantienen estables en el cuerpo, a pesar de los ácidos gástricos y procesos de degradación de sustancias extrañas en el hígado, uno podría esperar que también se conserven en el ambiente una vez que salen del cuerpo. No encontré estudios sobre el tiempo de residencia de los antibióticos en el ambiente—aunque debo confesar que por las vacaciones tampoco hice mucho esfuerzo al buscar—pero existen varios ejemplos de estudios sobre tratamiento de aguas residuales en los que se requieren tratamientos químicos muy fuertes para degradar a los antibióticos disueltos en las aguas residuales de industrias farmacéuticas, lo cual también nos puede dar una idea de lo difícil que es descomponer estas sustancias una vez que son liberadas al ambiente.
Uno de los procedimientos empleados para degradar antibióticos en las aguas residuales es la llamada Reacción de Fenton, que es una de las herramientas más poderosas del tratamiento de aguas. Básicamente se usa un metal (generalmente hierro) para que, en contacto con peróxido de hidrógeno (mejor conocido como agua oxigenada) se liberen radicales -OH. Estos radicales OH son altamente oxidantes y se usan para limpiar aguas no solo de antibióticos, sino de pesticidas, fenoles y otras sustancias que de otra manera serían bastante estables en el ambiente.
La importancia de tratar las aguas contaminadas con antibióticos tiene varias aristas ambientales. Aquí mencionaremos dos. Primero, las plantas de tratamiento de agua requieren del trabajo realizado por bacterias para degradar los contaminantes, sobre todo en las plantas de tratamiento municipales donde la mayoría de los contaminantes son de origen doméstico. Cabría la posibilidad de que la concentración de antibióticos aumente lo suficiente como para diezmar a dichas bacterias, inutilizando a las plantas de tratamiento de agua. No se si existan ejemplos de esto, pero supongo que sería factible en ciudades grandes.
La segunda arista, que en mi opinión constituye el principal riesgo de liberar antibióticos al ambiente, es evolutiva. De la misma manera en que el abuso y el mal uso de los antibióticos en el organismo da origen a cepas de bacterias resistentes, existe este riesgo en el ambiente. En términos de la carrera armamentista entre los microorganismos patógenos y los antibióticos sí es infalible el dicho popular de que “lo que no te mata, te hace más fuerte”. En este caso, existe una preocupación en los círculos epidemiológicos sobre el riesgo que representan la aparición de nuevas enfermedades infecciosas y la adquisición de resistencia a los antibióticos en agentes patógenos ya conocidos. El panorama se agrava si consideramos que el descubrimiento de nuevos antibióticos ha sido muy lento.
Desde esta columna le deseo un buen 2013 a las lectoras y lectores.