De las numerosas interferencias que ejercen las deidades de todas las religiones en la vida de sus seguidores, una que me resulta particularmente extraña son las restricciones alimentarias.
Esas restricciones alimentarias incluyen, por ejemplo, la prohibición de consumir carne de animales con cierto tipo de pezuñas en el judaísmo. Otra prohibición judía, que en teoría se transmitió al cristianismo a través del antiguo testamento, es la de consumir a los animales carroñeros del mar. De hecho, el tema de la columna de hoy se me ocurrió el viernes que estaba en los ostiones de a dólar.
Actualmente la prohibición religiosa de los carroñeros del mar tiene cierto sentido, pues resulta que los moluscos bivalvos, como los ostiones, almejas, callos de hacha y mejillones, al estar fijos en el sustrato marino obtienen su alimento filtrando el agua que los rodea. Aunque su alimento es el fitoplancton, su capacidad de alimentarse de bacterias hace que los cultivos de ostiones sean muy productivos cerca de las desembocaduras de ríos, que arrastran materia orgánica y nutrientes, o de drenajes. Por ser filtradores, estos animales también pueden acumular metales pesados, que pueden causar daños en la salud de los consumidores. De hecho, diversos estudios reportan el uso de algunas especies de bivalvos –el nombre científico de la “Clase” de moluscos que tienen dos conchas– como bioindicadores de contaminación del agua.
Sin duda, la prohibición alimentaria de origen religioso más extendida en México es la de comer carne los viernes de seis semanas alrededor del inicio de la primavera. Para un país tan católico como el nuestro, siempre se me ha hecho disparatada esta regla, sobre todo si consideramos que hay más de seis millones de compatriotas cuyo ingreso no les permite adquirir alimentos suficientes para llevar una vida sana y activa. En esos casos, comer carne es el sacrificio.
Sin embargo, tiene sentido bajarle al consumo de carne desde el punto de vista ambiental.
Consideremos a la carne de res, el objeto prohibido preferido de la vigilia. Cada vez que usted se abstiene de comer 100 gramos de bistec, evita la liberación de unos 2.5 kilos de bióxido de carbono a la atmósfera. Si suponemos que los 84 millones de católicos que contó el INEGI en 2010 de veras observan su tradición, entre el miércoles de ceniza y el viernes santo se habrá evitado la emisión de 1.3 millones de toneladas de bióxido de carbono, eso equivale a las emisiones anuales de 325 mexicanos. Si todos los católicos de México dejaran de comer carne una vez a la semana durante todo el año, se compensarían las emisiones anuales de gases de efecto invernadero de 2,816 mexicanos.
Sin embargo, en las vacaciones de primavera ya es costumbre irse a la playa. Considerando consumos promedio de combustible, las 1.3 toneladas de bióxido de carbono que se evitan durante la cuaresma los emiten 162 mil pasajeros que vuelen de la Ciudad de México a Cancún y de regreso; más o menos los que pasan por el aeropuerto de Cancún en cuatro días.