En esta entrega, la penúltima de esta serie que, por su duración, ya parece telenovela de Estados Unidos, regreso al reclamo original: el tono manipulador y falaz que tienen las campañas más visibles que se oponen a la siembra comercial de maíz GM en México. Reitero que lo la crítica es la estrategia empleada, no necesariamente las motivaciones ni los objetivos. Si bien es sabido que las organizaciones no gubernamentales más radicales a veces recurren a métodos cuestionables para difundir sus mensajes, creo que es peor y alarmante cuando miembros de la academia dejan de lado el rigor científico y se suman al ruido. En mi opinión, en vez de ayudar, eso contribuye a la desconfianza y recelo que la población general le tiene a los científicos.
Por razones de espacio y, sobre todo, de déficit de atención, sólo consideraremos un par de los argumentos falaces que usan las campañas mencionadas.
Los transgénicos son malos para la salud.
Una de las supuestas evidencias más invocadas contra del uso alimentario de cultivos OGM es el artículo de Gilles Seralini. El trabajo muestra fotografías, que fueron ampliamente difundidas por los medios masivos de todo el mundo, de ratas de laboratorio que habrían desarrollado tumores por haber sido alimentadas con maíz GM y agua contaminada con el herbicida glifosato. Sin embargo, el trabajo estuvo mal ejecutado, como lo han explicado investigadores expertos en investigación biomédica y como puede comprobar cualquier persona previa consulta a su biólogo experimental de cabecera, pues tanto el artículo de Seralini como numerosas reacciones de investigadores de todo el mundo están disponibles sin costo en Internet.
Una reacción que he encontrado en varias ocasiones al discutir el artículo de Seralini y que fue utilizada por el propio investigador francés es la denuncia de que los investigadores críticos se encuentran en alguna nómina secreta de Monsanto. Eso en retórica se conoce como ataque ad hominem y consiste en descalificar a la parte contraria para evitar debatir los argumentos –muchas veces va seguida de invocar el principio de autoridad: usted no sirve y, además, esta persona sí sabe–. Independientemente de la formalidad discursiva, la acusación viene del mismo lugar de prejuicio y extremismo ideológico que la terrible y muy sonada suposición del sexenio pasado de que todos los muertos de la no-es-guerra contra el crimen eran de los malos, que no había víctimas.
El artículo de Seralini obtuvo tanta difusión porque hubiera sido la primera evidencia contundente de la no inocuidad del maíz GM. Sin embargo, todo parece indicar que no hay efectos nocivos para la salud. Sin tener datos datos formales, pero que seguramente se pueden compilar (¡ojo!: tema de tesis), pongo a su consideración el hecho de que desde 1996 se siembra soya GM en EE.UU., donde también se importa desde Argentina y Brasil en grandes cantidades. Si consideramos que los cabilderos agrícolas estadounidenses se han asegurado de las leyes de consumo no obliguen a rotular cuando un alimento contiene ingredientes GM y que la mayoría de la soya que se cultiva es transgénica, si su consumo fuera nocivo para la salud encontraríamos a una gran cantidad de vegetarianos con tumores como los de las ratas de Seralini. Un ejercicio similar podríamos hacer con el ganado que es alimentado con el maíz GM que se produce en Estados Unidos. Sin embargo, diversos estudios confirman que la dieta vegetariana –con todo su soya presumiblemente transgénica– es más sana que aquella que se basa en el consumo frecuente y abundante de carne –lo cual, se ha documentado que sí aumenta el riesgo desarrollar de diversas enfermedades digestivas y cardiacas–.
El maíz transgénico causará la extinción del maíz criollo (o Todo México es territorio Zea mays)
Desde que se domesticó el maíz hace unos diez mil años en la cuenca del río Balsas se han desarrollado diversas razas y variedades de maíz en distintas partes del continente. Es verdad que la importancia de la domesticación del maíz y su uso a lo largo de los siglos en México trasciende lo meramente alimentario. Por ejemplo, el Códice Mapa de Cuahuntinchán no. 2 relata que la domesticación del maíz fue simultánea a la adquisición de la lengua náhuatl; y en varias comunidades de la Meseta Purhépecha, en Michoacán, el calendario religioso coincide con el ciclo del cultivo del maíz. Además, existen maíces locales en casi todo el territorio nacional. Sin embargo, México no es el principal productor de maíz en el mundo, puesto que ocupa Estados Unidos. Tampoco es el único país con gran diversidad de maíces, pues las sesenta razas que se conocen en México apenas superan en 20% al número de razas de maíz peruano. Y el maís es parte importante de las comidas tradicionales en todo el continente, desde Estados Unidos hasta Sudamérica.
La campaña anti-maíz GM de mayor difusión utiliza a celebridades del espectáculo quienes manifiestan su oposición a la siembra comercial del maíz GM. Hace unos meses utilizaban un razonamiento que más o menos dice que: 1) el maíz criollo forma parte de mi cultura y amo a mi país; 2) las compañías trasnacionales son las que quieren sembrar maíz transgénico; 3) por lo tanto, se va a extinguir el maíz mexicano si se siembra maíz transgénico; corolario: por eso, opino que no se siembre maíz transgénico en México.
Aunque podemos suponer que participan de buena voluntad –es sabido que las celebridades del espectáculo son propensas a decir barbaridades previo pago de honorarios, desde recomendar el uso de botellas de plástico para “salvar” al planeta hasta promover el voto por los parientes del doctor Simi en los anuncios del cine– la lógica del planteamiento es bastante débil. En realidad, además de la descalificación de las compañias multinacionales, agregan a la fórmula otra falacia conocida como non sequitur, en la cual la conclusión no se deduce de las premisas: el hecho de que las semilleras sean extranjeras, no implica la extinción de los maíces mexicanos; tampoco la implica la siembra de variedades GM.
Es cierto que Monsanto, Pioneer, Seminis y varias compañías que están solicitando la liberación permisos para la liberación comercial de maíz GM son multinacionales. Greenpeace, la organización activista que promueve la campaña de mayor difusión, también es una organización multinacional que se originó en Estados Unidos, el villano favorito de muchas historias.
Por otro lado, me parece que la verdadera amenaza para la supervivencia de los maíces es la transición demográfica de México y el modelo económico que se habrá utilizado por tres décadas cuando Peña Nieto entregue el poder a su sucesor –ya se, siempre invoco esta explicación–. Intervienen varios factores como el que resulta más barato importar maíz que producirlo para alimentar –directa o indirectamente– a una población mayoritariamente urbana, en completa desconexión con la producción de sus alimentos. También, producir maíz sólo es rentable a partir de cierta escala, pero para asegurar altos rendimientos y homogeneidad de la cosecha se recurre a semillas mejoradas. Si bien sigue siendo predominante la producción de auto-consumo en parcelas pequeñas de temporal, se favorece la siembra de las variedades de mayor importancia para cierta comunidad. Los maíces más raros tienden a ser cultivados sólo por los adultos mayores, quienes por tradición y por orgullo insisten en su cultivo; los jóvenes emigran a las ciudades, a Estados Unidos o se dedican a actividades más rentables como el aprovechamiento forestal.
La versión más reciente de la campaña de Greenpeace emplaza al presidente Peña Nieto para que no autorice las liberaciones comerciales. Invita a sumarse con el lema “que no decidan por ti” acusando que el gobierno no debe decidir qué comemos los mexicanos. Por donde se le busque, la campaña no tiene redención. Primero, invocan la libertad de elegir qué consumir, pero le exigen al gobierno que intervenga. ¿Cómo así? Segundo, en México el gobierno redujo sus intervenciones en el campo desde hace varios sexenios, sobre todo a partir de la entrada en vigor del TLCAN de meter mano en el campo desde hace varios sexenios; por todo el país existen síntomas de abandono institucional al campo –a pesar de los subsidios que aún existen–; y no se le puede exigir a un jugador que saque las manos de dónde no las tiene. Tercero, en este mundo globalizado, y más en países practicantes rigurosos del neoliberalismo como México, los gobiernos cada vez tienen menor participación y espacio para tomar decisiones. En el caso de la comida, si bien Monsanto quiere que se siembren sus semillas, son compañías enormes como General Mills o Mars y distribuidores como Walmart los que en realidad toman buena parte de las decisiones de qué se come en el mundo. En México sería más útil convencer a Maseca o a Sabritas de no utilizar insumos GM que exigirle al presidente que intervenga sacando las manos.
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Si bien he insistido en que las campañas en contra de la liberación comercial de maíz transgénico están muy mal planteadas y conducidas, hay aspectos que creo que son muy rescatables. Por ejemplo, el asunto de la libertad de elección de los consumidores, que más bien debe gestionarse directamente entre los consumidores y las compañías que producen y venden los servicios. También me parece un disparate que estemos importando semillas híbridas GM y convencionales. Considerando la riqueza fitogenética que existe, México es quien debería estar desarrollando y exportando las semillas más utilizadas en todo el mundo. En el fondo, lo que deberíamos –el gobierno, los ciudadanos interesados y las compañías– buscar, más que concentrarnos en una sola tecnología y satanizarla, es que la alimentación sea más justa y soberana.