Por lo menos dos de los argumentos que utilizan las campañas en contra de la siembra comercial de maíz genéticamente modificado en México parecen bastante sólidos. Por razones de espacio, hoy consideraremos el del riesgo de contaminación genética y la próxima semana hablaremos de la limitada ventaja económica y productiva que representa el cultivo de maíz transgénico.
Existen varios trabajos que reportan la contaminación genética en maíces mexicanos. El primero y más controvertido fue publicado en 2001.
Dada la importancia del tema, un grupo de investigadores, que incluía a científicos mexicanos muy reconocidos, realizó otro muestreo de más de 150 mil semillas en 2003 y 2004 sin detectar la presencia de los marcadores moleculares diagnósticos de los OGM. Posteriormente, otro grupo de investigadores corroboró la presencia de transgenes en algunas de las semillas del estudio de 2001.
Los biólogos siempre argumentamos que el vehículo para la contaminación genética es el polen debido a que para especies que, como el maíz, los granos de polen pueden recorrer grandes distancias y no hay manera adecuada de rastrear ni limitar su movimiento una vez que la planta se siembra a campo abierto. Sin embargo, hay que recordar que entre 1998 y 2009 no se podían sembrar OGM en México. Por lo menos en teoría, no había polen pululando para contaminar a los maíces criollos y, necesariamente, los transgenes detectados debieron provenir de otras fuentes.
Un estudio reciente encontró que las semillas mismas pueden ser esa fuente de contaminación detectada en los maíces que se venden en algunos mercados de Guanajuato, Oaxaca, Veracruz y Yucatán.
Si bien no se podía sembrar maíz GM antes de 2009, el grano sí se podía importar para su uso en dietas de animales y la producción de alimentos de consumo humano. Debido a que el muy vigoroso intercambio de semillas entre los productores de maíz en México es la principal fuente de semillas para siembra, es muy factible que las semillas de híbridos no transgénicos se contaminaran con el transgen en su sitio de origen o que las semillas transgénicas importadas se mezclaran con lotes de semillas de maíz criollo y así recorrieran el país hasta los mercados dónde han sido encontradas. (Por cierto, la presencia de semillas de especies indeseables en lotes importados de semillas para siembra tiene preocupados a los especialistas en especies invasoras, pues algunas se comportan como malezas muy agresivas que pueden causar pérdidas económicas a los agricultores y representan una amenaza para la biodiversidad.)
Como mencionamos, se han detectado transgenes en maíces criollos desde antes de que se autorizara la liberación de maíz GM en México y la fuente de contaminación más probable son las semillas además del polen. Usted podría contestar “Bueno, ¿Y?” o “¿Qué tiene de malo que se le pase la resistencia a herbicida o la protección contra insectos a los maíces criollos?”.
Debo confesar que la primera vez que me confrontaron con esas preguntas fue muy desconcertante. Para el ojo entrenado, es obvio que queremos conservar la diversidad genética del maíz, pero la pregunta es válida porque científicos y divulgadores no hemos hecho un buen trabajo para explicar la importancia de conservar al llamado capital natural.
Un recurso que me ha funcionado es comparar al “capital fitogenético” contenido en el conjunto de razas y variedades criollas de maíz con las reservas de dinero de un país. Si se llegan a presentar catarritos económicos, un banco central con buenas reservas puede reaccionar y los fondos para que los disturbios financieros no pasen a mayores. Con el maíz, el catarrito podría ser una disminución de la lluvia como resultado del cambio climático. Si se cuenta con maíces que son capaces de crecer con menos agua, como los de ciclo corto de Yucatán, o los de la llamada Tierra Caliente en Michoacán y Guerrero, se podrán desarrollar variedades con altos rendimientos que soporten la sequía.
Para la segunda pregunta no he encontrado una analogía no-biológica satisfactoria. Pero un argumento es que así como los transgenes confieren al maíz GM protección contra un herbicida o contra insectos muy específicos, no solo los maíces criollos podrían adquirir esos genes a través del polen. Debido a que las plantas tienden a ser muy promiscuas, también es posible que los parientes silvestres adquieran y expresen los transgenes. Aquí el problema es que no tenemos idea de la magnitud del riesgo de que los parientes silvestres de los OGM liberados y especies relacionadas puedan convertirse en malezas.
En general, es muy difícil predecir si una planta se va a convertir en maleza, pero si se lograra demostrar una alta probabilidad de que esto ocurra con los parientes silvestres del maíz una vez contaminados con los transgenes, el argumento de la contaminación genética sería contundente para prohibir la siembra comercial.
Los estudios que existen sobre la contaminación genética del maíz criollo son anteriores a la liberación experimental, que empezó en 2009. Sería muy interesante repetirlos hoy para saber si la contaminación ha aumentado en la misma proporción que el aumento de la exposición, ahora que ya hay semillas para siembra en México y polen pululando en regiones muy específicas del país. También hace falta saber si estas semillas contaminadas de veras son capaces de transmitir los transgenes a su descendencia, lo cual tampoco ha sido demostrado.
La liberación comercial de maíz GM probablemente aumentará la incidencia de semillas con transgenes en los mercados del sureste. Eso es inevitable, como lo han demostrado los estudios reseñados aquí. Sin embargo, explicar la importancia de la conservación del capital natural contenido en las razas y variedades criollas de maíces mexicanos –no solo como posibles fuentes de bienestar y desarrollo económico, sino por sí mismo– de maneras que lo entiendan legisladores y autoridades seguramente ayudaría a los objetivos de las campañas anti-OGM.