[Hoy empiezo con un anuncio de servicio a la comunidad: el Tec y la UNAM empezaron antier sus primeros cursos masivos en línea. Creo que el de Pensamiento Científico será muy interesante para los lectores de Sin Embargo, especialmente aquellos que forman parte de ese 50% de mexicanos que desconfían de los científicos. El curso se ve bueno: explica, en términos generales, de qué se trata esto de la ciencia y por qué el pensamiento científico tiene aplicaciones en la vida diaria.]
Ahora sí, a lo que vinimos:
Estados Unidos es una paradoja desde el punto de vista intelectual. Por un lado tienen a las universidades, científicos y compañías más importantes del mundo. Aunque el cliché llama a burlarse de su falta de tradiciones centenarias y culturas milenarias, han logrado inventar nuevas formas de entender al mundo y de definirlo (si eso ha sido bueno o malo para la humanidad es otro debate).
Por el otro lado, con el cuento de que algunas garantías individuales (incluyendo la necedad de la posesión de armas, pero no el acceso universal a los servicios de salud) son el valor supremo, ese país tolera y hasta fomenta la persistencia de visiones disparatadas de la realidad, entre ellas cuestionar la veracidad de la evolución y de un cambio climático contemporáneo inducido por actividades humanas. El que esos temas sean controvertidos es comparable con debatir la validez las leyes de la termodinámica.
Los cabilderos estadounidenses han logrado que algunos estados enseñen creacionismo en las clases de biología de sus escuelas públicas y que su gobierno federal sea moroso y blandengue en sus acciones de mitigación y adaptación al cambio climático. Es cierto que mucho tuvieron que ver los ocho años que la ultraderecha cristiana, negacionista y petrolera gobernó en aquel país, pero aún con el Presidente Obama las presiones siguen existiendo y los avances son más bien lentos (por ejemplo, siguen sin firmar los acuerdos internacionales de control de emisiones de gases de efecto invernadero).
En cambio, en nuestro país –ahí donde lo ven de neoliberal, colonizado, católico y demás obstáculos de la felicidad y del desarrollo– ese tipo de polémicas casi nunca se traducen en políticas públicas, aunque incidentes como la violencia de origen religioso en Michoacán no dejan de ser preocupantes. Desde que Benito Juárez acotó la influencia intelectual de la Iglesia católica, la educación quedó blindada, creo, y eso permitió la coexistencia de las diversas inclinaciones religiosas con el pensamiento científico.
A pesar sus desventajas –por usar un eufemismo– los gobiernos neoliberales y tecnócratas han construido un legado bastante sólido en términos ambientales, por lo menos en el papel y hasta donde lo permite el lobby económico. Por ejemplo, el Programa Nacional de Desmontes de Luis Echeverría y López Portillo no podría contrastar más con la creación de la CONABIO por Carlos Salinas y de la SEMARNAP por Ernesto Zedillo. También, al final de su sexenio Felipe Calderón, antiguo Secretario de Energía, convirtió al Instituto Nacional de Ecología en el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático –nadie se enteró porque la atención estaba enfocada en otros temas–. Esa dependencia de la Secretaría de Medio Ambiente ya atendía al cambio climático, pero la nueva denominación resalta la importancia y la urgencia de establecer medidas de mitigación y adaptación a las condiciones ambientales que enfrentaremos durante el presente siglo.
Suena improbable –pero tiene sentido– que el sector energético coopere con el ambiental, sobre todo en relación con el cambio climático, porque la dependencia del consumo de combustibles fósiles en nuestra civilización es, precisamente, la causa de la liberación masiva de gases de efecto invernadero a la atmósfera. El mejor remedio para el cambio climático es dejar de quemar petróleo, aunque hasta eso sería insuficiente a estas alturas. En su publicación del año 2000, el IPCC presentó distintos escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero que tendrían distintas consecuencias en el clima del planeta. Desafortunadamente, un estudio de 2007 reveló que la mayoría de los escenarios se quedaron cortos y el de efectos más catastróficos era, también, el único realista. Ese escenario era el resultado de un planeta en el que el desarrollo y la actividad económica sigue estando basada en el petróleo.
En Estados Unidos persiste la controversia sobre el cambio climático porque las compañías petroleras pagan “investigación” y financian campañas de los políticos cada cuatro años, según señala Al Gore. En México, el que la energía esté controlada por monopolios gubernamentales puede ser una de las razones por las que el Estado atiende seriamente al cambio climático. Aquí no hay cabilderos de las grandes corporaciones tratando de imponer versiones falsas del mundo (pero seguramente los hay tratando de que les vendan PEMEX) para su beneficio económico. Por eso, la actividad de producir energía y la carga de dar dinero para operar el gobierno no compite con el mandato de promover el desarrollo sostenible.