Las últimas semanas han sido muy importantes para la ciencia del cambio climático. Primero, nos enteramos de que se midió, por primera vez en la historia una concentración atmosférica de 400 partes por millón (ppm) de bióxido de carbono –aunque parece que apenas andamos en 398.4 ppm–.
Después, en el mero Día del Maestro, la revista electrónica Environmental Letters publicó el reporte sobre un análisis de 11,944 artículos científicos sobre cambio climático. Investigadores encabezados por el profesor australiano John Cook encontraron que 97% de los casi ocho mil trabajos que consideraban explícitamente las causas del cambio climático coincidían con un origen antropogénico. La conclusión fue que en la comunidad científica no hay controversia sobre los efectos ambientales del uso intensivo de combustibles fósiles en el que se sustenta nuestra civilización. Sería interesante ver qué dicen los casi sesenta artículos que concluyen o alegan otras causas.
Podemos asumir que son válidos los modelos de emisiones de gases de efecto invernadero y, por consecuencia, los de cambio climático. Ambos se basan en posibles trayectorias que los países seguirán durante el presente siglo considerando dos dimensiones: (1) el grado de cooperación internacional en materia de políticas de energía y de desarrollo y (2) la tasa de adopción de tecnologías verdes en contraste con la dependencia de los combustibles fósiles. Hace dos semanas, mencioné que el escenario más pesimista de emisiones de bióxido de carbono ha sido el único en atinarle al aumento real en la concentración atmosférica de bióxido de carbono. Ese escenario asume que cada país jala por su lado y que el desarrollo sigue basándose fuertemente en el petróleo. Bajo ciertas condiciones ese escenario podría resultar en un aumento de la temperatura media del planeta de hasta 6.4 ºC para fin de siglo; imagínese, por ejemplo, que los calores que actualmente experimentamos en mayo ocurrieran desde febrero. De ese tamaño es la amenaza.
Desafortunadamente todo parece indicar que saldrá caro el costo de adaptarse al cambio climático. Alguien va a tener que pagar la cuenta, pero en la mayoría de los países el consenso parece ser el proverbial: “¿y yo por qué?”. A pesar de los discursos que afirman tener el tema bajo control, me parece preocupante el número tan bajo de acuerdos entre los gobiernos comparado con el número tan alto de cumbres del ambiente que se han organizado (recordemos por ejemplo que durante el sexenio pasado México fue anfitrión de dos, una en cada península).
La postura de los países industrializados la ilustra bastante bien el primer discurso de toma de protesta de Barack Obama en el que sentenció que su país no se iba a disculpar por su forma de vida. Hizo la afirmación en otro contexto, pero el american way of life implica un consumo energético muy elevado.
Por su parte, las economías emergentes como la de China, con su acelerado crecimiento económico y su transición a una sociedad más urbana y más consumidora, se han convertido en fuentes considerables de gases de efecto invernadero.
El profesor Daniel Farber de la Universidad de California Berkeley desarrolló un análisis desde el punto de vista legal explorando distintas opciones para absorber el costo de la adaptación al cambio climático. Encontró tres esquemas generales posibles: que pague el beneficiario de la adaptación (por ejemplo, los gobiernos locales de las ciudades costeras donde se tendrán que construir diques en en respuesta al aumento en el nivel del mar); que pague el que produce las emisiones (por ejemplo, mediante el esquema de pago de bonos de carbono); que pague el público (por ejemplo, asignando una partida presupuestal del gobierno para adaptación, una ruta en la que está avanzando México) o que paguen los que se beneficien con el cambio climático (por ejemplo, que los nuevos destinos turísticos o las regiones que queden con el mejor clima para la agricultura le pasen dinero a los que tuvieron que construir sus diques). Todo parece indicar que la principal carga financiera será sobre los que contaminen –lo cual suena bastante justo– aunque el costo será compartido en distinta medida por los contribuyentes y por los beneficiarios del cambio climático.
Apenas se están definiendo las responsabilidades y los costos de la adaptación y quedan muchas particularidades por resolver. Por ejemplo, cuando los países o las industrias que emiten más gases de efecto invernadero pagan a terceros por la captura del carbono, no necesariamente se reducen las emisiones netas, sino que se hacen cuentas al dejar intactos bosques que de todas formas no se iban a talar. Pensando en las economías emergentes, tampoco queda clara la justicia de esperar que los países limiten su desarrollo –medido, por ejemplo, en kilos de carne o litros de gasolina por habitante por año; aunque valdría cuestionar esto como definición de desarrollo–. Será aún más delicado encontrar el equilibrio entre el urgente crecimiento económico y sus consecuencias ambientales en los países más pobres del mundo; aunque no nos guste, el crecimiento económico es necesario para algunos aspectos del desarrollo.
Más nos vale irnos haciendo a la idea de que el clima del planeta va a cambiar durante el presente siglo. Al margen de apelar a la buena voluntad colectiva invocando al planeta de todos, las señales que mandan los distintos países apuntan a que será inevitable que existan ganadores y perdedores del cambio climático. Su identidad dependerá de la suerte (por ejemplo, estar en una cuenca donde no se afecte tanto el clima o en una donde se reduzca sustancialmente la precipitación anual), pero también dependerá de la inversión que se haga en energías renovables y en el desarrollo de nuevas tecnologías más eficientes. También urge que inventemos nuevas formas de sostener el desarrollo económico; pero que sean rápidas, para sacar de la pobreza a un sexto de la población mundial; que sean compatibles con una población humana que alcanzará por lo menos nueve mil millones a mediados del sigo y que requerirá tanto alimentos como distintos productos de consumo; y que sean compatibles con la permanencia humana en el planeta a largo plazo.
@erickdlbm