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Sobre la expulsión de Coca-Cola de Bolivia

Entre confusiones olímpicas, acusaciones mutuas de los partidos políticos por lavado de dinero durante la campaña presidencial, el trágico estreno de Batman y las vacaciones de verano, pocas personas se dieron cuenta de la noticia de que Coca-Cola será expulsada de Bolivia.

Lo primero que se me vino a la mente fue el contraste con nuestro país, donde prácticamente se le ha cedido el control del agua a las compañías refresqueras—por ejemplo, invito a los lectores a pedir agua en cualquier restorán donde, seguramente, les ofrecerán una botella de plástico. Pero eso sí, la destaparán en la mesa para certificar su autenticidad.

Otro elemento de contraste es cómo se le permite a la refresquera emitir publicidad engañosa en México. Los lectores que también sean cinéfilos recordarán cómo el año pasado, más o menos en la época en la que nos empezaron a someter a los anuncios del "partido" "verde", también salía Ana Claudia Talancón tratando de convencernos de la idiotez de que comprar agua embotellada es bueno para el planeta.

Ciertamente las botellas que ahora utilizan para el agua son más delgadas y se consume menos plástico en su producción, aunque sus otros refrescos siguen siendo vendidos en las botellas de plástico grueso. De todas formas, delgada o gruesa, tarda muchos años en degradarse una botella de plástico. La única forma ambientalmente amigable de agua embotellada es traer tu botella de agua (como las que desde hace décadas venden para andar en bicicleta) o de plano cargar con tu cantimplora.

Alguna vez relaté cómo el negocio del agua embotellada en Estados Unidos genera unos 4,000 millones de dólares al año y su calidad está regulada por la dependencia de gobierno que vela por la inocuidad alimentaria. El problema (de laxitud) es que las normas de calidad las establece la dependencia bajo el consejo de las industrias embotelladoras; un poco cómo se generan los estándares de las Normas Oficiales Mexicanas. En cambio, la calidad del agua de la llave en aquel país la regula la dependencia encargada de la protección al ambiente que tiene con parámetros más estrictos. Al final, por una fracción del precio, el consumidor puede tomar mejor agua en su casa.

En teoría, en nuestro país los organismos municipales operadores del agua tratan el agua y de sus plantas sale agua potable de muy alta calidad. Sin embargo, en el trayecto hacia las casas y especialmente por las condiciones en las que se almacena, el agua se contamina en muchas ocasiones. De todas formas, en un estudio de PROFECO del siglo pasado, encontraron que la mejor agua para beber en México era agua de la llave hervida, porque la calidad del agua embotellada era bastante mala. Habrá que esperar algunos meses, hasta que el nuevo presidente publique su propio programa nacional hídrico para conocer el estado actual del agua potable en nuestro país y cuales serán las metas del próximo sexenio.

Pero regresando al tema de la coca en Bolivia, la verdad es que me dio gusto dos veces. Primero porque, por lo menos en el discurso el gobierno de ese país se preocupa por la buena nutrición de sus habitantes (la verdad es que fue un golpe mediático, vaya usted a saber con qué propósito). Y segundo, porque fue allá, en Bolivia, y no aquí, en México.

Si bien el consumo exagerado de refrescos en nuestro país seguramente contribuye a la epidemia de obesidad que nos aqueja, debería ser responsabilidad de cada consumidor el decidir cuales productos comprar. Esto sería aún más cierto si se contara con información adecuada para decidir.

Adenda
Aprovecho para agradecer a los lectores de SinEmbargo su atención a esta columna, especialmente a quienes han tomado el tiempo para escribir sus comentarios aquí o por twitter. Como Heriberto, quien preguntó sobre los riesgos para la diversidad genética que implicaría el posible cultivo de agaves transgénicos. Al respecto puedo comentar que, como la investigación que realizan las compañías tequileras, en general no se publica, no tenemos manera de saber qué es lo que están haciendo.
Sin embargo, los únicos agaves transformados de los que tengo noticia están en un invernadero universitario del Reino Unido, donde los usan para estudiar la fotosíntesis. Nada más.
En cambio, el problema para la diversidad genética de los agaves es, más bien, el proceso tradicional de selección de las plantas. Toda agroindustria que se respete aspira a trabajar con material vegetal genéticamente homogéneo. Esto hace que los rendimientos sean más o menos predecibles y facilita la mecanización de algunos de los procesos.
Varios de los agaves mezcaleros, especialmente el agave azul, producen "hijuelos" que son genéticamente idénticos a la llamada planta madre. Esto ha permitido la selección y la propagación de individuos con características apreciadas por la industria. Sin embargo, también ha contribuido al empobrecimiento genético de la especie y ahora la campiña jalisciense esta sembrada con clones.

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