Como todos los años, desde 1994 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas puso en marcha la Convención de Lucha contra la Desertificación (CNULD), el 17 de junio fue designado para fomentar la atención pública sobre el tema. Este año, Bélgica patrocina las actividades bajo el lema que da título a la columna de hoy.
En nuestro país la atención sobre el tema es más que un mero llamado de atención sobre la situación hídrica de varios países de África, los principales beneficiarios de la CNULD. Al contrario, en nuestro país la situación hídrica siempre ha sido una variable que hay que tomar en cuenta.
El escenario es complicado de entrada: aunque en el sur ocurren inundaciones recurrentes cada verano, en el norte observamos la sequía más larga y severa de la historia reciente. Además, dos terceras partes del territorio nacional son considerados áridos (donde llueven menos de 300 milímetros por año) o semiáridos (entre 300 y 600 milímetros). Y por alguna razón es en esos valles áridos y semiáridos del noroeste donde se desarrolla la agricultura más representativa de los tiempos modernos –aunque Michoacán, seguido por Jalisco y Veracruz, es el estado agrícola más importante del país, por su contribución al PIB–.
Grandes extensiones cultivadas con variedades de alto rendimiento y con acceso a riego pueden ser pasos apropiados hacia la seguridad alimentaria, sobre todo si se contrastan con la elevada incertidumbre inherente de la agricultura de temporal. Sin embargo, el riego convencional sigue siendo muy ineficiente. Vienen a la mente los canales que conducen el agua en los distintos distritos de riego del país. También, cualquiera que maneje por la carretera Guadalajara-Nogales a la altura de, bueno, básicamente todo Sinaloa después de Mazatlán, habrá visto esos aspersores enormes lanzando agua a diestra y siniestra, de la que una fracción considerable se evapora en lugar de ser aprovechada por las plantas.
En Hermosillo, aprovechando que la parte más occidental del municipio es básicamente plana, todavía es relativamente común encontrar cultivos regados por inundación. Con el consejo de un topógrafo marcan las curvas de nivel y establecen zonas en las que inundan, permitiendo que parte del agua se infiltre para ser utilizada más tarde en el año por los cultivos. Pero como el espejo de agua que queda expuesto a la radiación solar y a esas temperaturas muy elevadas de la región, también se evapora mucha agua.
Una ilustración de lo ineficiente que es actualmente el uso del agua es el hecho de que la agricultura en México consume 80% del agua potable, pero apenas genera 4% del PIB.
A pesar de su mala fama, la agricultura tecnificada de gran escala puede ser muy amigable con el ambiente debido a su extremadamente eficiente uso del agua (y de los distintos agroquímicos). Por medio de sensores de humedad en el suelo, ahora es posible dosificar la cantidad exacta de agua para el mejor crecimiento de las plantas. Sin embargo, el acceso a estas tecnologías de la llamada agricultura de precisión es bastante costoso y sólo es rentable para los grandes agricultores.
Quedan, pues, varios retos por resolver en la agricultura de temporal, como mejorar los rendimientos y desarrollar variedades que sean resistentes a la sequía. Con el inminente cambio climático estos retos de investigación y de desarrollo tecnológico se vuelven particularmente urgentes.
Para evitar que nuestro futuro se seque, como dice el lema de este año por el Día de la Lucha contra la Sequía, hay que implementar distintas acciones. Aunque es importante evitar el desperdicio doméstico en las ciudades –a ver, ¿quién se acuerda de los anuncios de “¡ciérrale, ciérrale!”?–, aumentar la cobertura y mejorar el funcionamiento de las plantas de tratamiento de las aguas domésticas y regular mejor a las industrias, será fundamental hacer más eficiente el uso del agua en agricultura por ser ahí donde se consume y se pierde el mayor volumen.