Hoy, 5 de junio, es el día mundial del medio ambiente. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estableció que el tema de este año es Piensa.Aliméntate.Ahorra, llama la atención sobre la importancia de reducir la huella alimentaria de la sociedad contemporánea, porque el desperdicio de alimentos es uno de los factores que contribuyen a que un séptimo de la humanidad padezca hambre. Esta situación es paradójica pues actualmente se producen más alimentos que en ningún otro momento de la historia y los hay en cantidad suficiente para alimentar al total de la población. Sin embargo, se debe aumentar la producción a lo largo del siglo si es que vamos a poder alimentar a los cerca de 10 mil millones de personas que habitarán el planeta para el año 2050.
Tristram Stuart explica de manera muy clara la magnitud del desperdicio de alimentos (aquí está la versión con subtítulos en español):
Hay varios momentos en el proceso de la producción de alimentos en los que se puede reducir el desperdicio, desde su cultivo hasta su consumo final. Sin embargo, hay otros en los que reducir el desperdicio es más difícil.
Si nos ponemos estrictos, el primer desperdicio en la agricultura es energético: podemos partir del principio de que cada rayo de sol que no es interceptado por una planta es energía desperdiciada. Considerando los costos de producción de alimentos en términos de dinero invertido, de mano de obra o de petróleo (utilizado para producir fertilizantes o para transportar las semillas y otros insumos), conviene lograr la mayor eficiencia de los cultivos (medida en cantidad de alimento obtenido por unidad de área, de dinero, de mano de obra, de fertilizante o de petróleo, según el gremio al que se le pregunte). Esto se puede lograr sembrando las plantas más cerca una de otras, aunque depende del cultivo del que se trate.
Otro factor muy importante que hay que tomar en cuenta para reducir el desperdicio durante la producción de alimentos es el agua. En esta columna hemos mencionado varias veces cómo aumenta la productividad (del cultivo de maíz) con el riego. Sin embargo, tradicionalmente el transporte de agua para riego ha sido escandalosamente ineficiente: canales a cielo abierto, riego por aspersión en grandes áreas, riego por inundación, etc. De hecho, el sector agrícola es el principal usuario de agua en México y consume cerca de 70% del agua disponible. Aquí la respuesta también ha sido tecnológica. La llamada agricultura de precisión permite dosificar el agua y los nutrientes con lo que aún la agricultura industrializada reduce su huella ecológica de manera muy importante –y para los productores, esto se convierte en ahorros monetarios–. La dificultad en este caso es el acceso a la tecnología de riego de precisión y de mapeo satelital de las parcelas, puesto que todavía son bastante costosas y sólo los productores más grandes tienen el poder adquisitivo suficiente para implementar sus parcela.
Al final de las cadenas de producción de alimentos –pero más cercano a nuestro ámbito– está el desperdicio en el lado del consumidor. Aquí sí son varias las acciones que podemos tomar para reducir el desperdicio: consumir alimentos locales (muchos alimentos locales tienen una huella ecológica menor que aquellos importados de otras regiones, pero no siempre), menos carne, servirnos sólo lo que vayamos a consumir, consumir porciones más pequeñas –además del ahorro, con esto podríamos avanzar en la solución de la epidemia de obesidad en México–.
La producción y el consumo de alimentos requieren agua, energía, recursos naturales, mano de obra, etc. Al combinado de estos insumos lo podemos llamar la “huella alimentaria”, como ha definido el PNUMA. Una reflexión útil esta semana puede centrarse en cómo reducir nuestra huella alimentaria y con ello lograr ahorros que hagan más sostenible la presencia humana en el planeta, pero también ahorros monetarios reales en nuestra vida cotidiana.
En Twitter la discusión se está desarrollando con las etiquetas #dmma y #wed13.