Algunos lectores habrán recibido en días pasados invitaciones para firmar una petición promovida por la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad en contra de la siembra de maíces transgénicos en México.
En realidad, la siembra de maíz transgénico está permitida en México con fines experimentales desde el año pasado. Por ley, estas condiciones experimentales incluyen diversos tipos de barreras para impedir que el polen del maíz transgénico se escape y pueda contaminar a los maíces criollos o híbridos convencionales que se encuentren en la proximidad del sitio de estudio.
El revuelo actual se debe a que ya se encuentran sujetas a consulta pública –parte del protocolo exigido en México– varias solicitudes de liberación en programa piloto, es decir, sin todas las salvaguardas utilizadas en los protocolos experimentales. Estos programas piloto son el paso previo al establecimiento de cultivos de escala comercial.
Los argumentos en contra de la liberación al ambiente de maíz y otros organismos genéticamente modificados se pueden agrupar en tres categorías: la ambiental, la relacionada con la salud y la económica.
Bajo la primera categoría se encuentra la posibilidad de que el genoma de los parientes silvestres del cultivo se contamine con los transgenes, lo cual ya ha sido documentado en maíces mexicanos. También bajo esta categoría se encuentra la evolución de súper-malezas resistentes a los herbicidas, a causa de la presión de selección ejercida por la aplicación del herbicida glifosato en grandes extensiones.
Las objeciones al cultivo de transgénicos relacionadas con la salud humana incluyen desde el presunto desarrollo de enfermedades debido a su consumo hasta daños indirectos, como son los casos de dermatitis que sufren los trabajadores de los campos de soya en Sudamérica por la exposición frecuente al glifosato.
Por su parte, las objeciones económicas advierten que, como pasó en Estados Unidos, las grandes compañías trasnacionales obtendrían grandes ganancias a costa de los pequeños productores, pues estos tendrán que comprarles semillas para cada periodo de cosecha, a diferencia de lo que tradicionalmente ocurre con los pequeños productores, quienes seleccionan de un cultivo las semillas que utilizarán en el siguiente temporal. Si consideramos que la mayoría de los productores de maíz en México hacen agricultura de autoconsumo, el esquema de tener que pagar cada año por las semillas es poco atractivo y podría causar estragos en la forma de vida de un sector que ya ha sido bastante golpeado por las políticas agro-económicas de las décadas recientes.
Las compañías que regentean la semilla transgénica ofrecen contra-argumentos para cada categoría. Por ejemplo, destacan ventajas ambientales y de salud debido a que algunas plantas transgénicas, que tienen incorporado un insecticida natural, evitan el uso de agroquímicos que pueden dañar a los insectos benéficos, como son los polinizadores, y que en muchos casos son tóxicos para los agricultores. Esto también tendría ventajas económicas, pues al reducirse los insumos necesarios se abaratan los costos de producción.
Para decidir si conviene sembrar o no organismos genéticamente modificados también se debería considerar su pertinencia. Por ejemplo, hay que evaluar si las mejoras en el rendimiento de los cultivos y el beneficio económico para los productores justifican la adopción de esta tecnología. Aquí es donde los números no me terminan de cuadrar.
Según datos de la FAO, en 2009 el rendimiento mundial del maíz fue de 5 toneladas por hectárea. Por su parte, el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera indica que en México el rendimiento del maíz durante ese mismo año fue de 2 toneladas por hectárea en cultivo de temporal y de 7 toneladas por hectárea con riego. Es decir, el rendimiento del maíz se triplica con el riego (y seguramente otros insumos como fertilizante y plaguicidas), sin necesidad de incorporar organismos transgénicos a la ecuación. A menos que las compañías que controlan el mercado de las semillas desarrollaran variedades resistentes a la sequía que tuvieran rendimientos altos, no me queda del todo clara la ventaja del uso de maíz transgénico en México.
Adenda
1. La opinión pública tiende a ser más ambivalente con cultivos menos carismáticos que el maíz. Por ejemplo, aunque el algodón es originario de México y ya existen liberaciones experimentales en el país, no hay tanto ruido como con el maíz. También, la mayor parte de la soya que se produce en el mundo –incluyendo para producir la leche de soya para preparar lattes– es transgénica. Sería interesante conocer las opiniones en torno a la siembra de arroz transgénico en China, su sitio de domesticación.
2. México también estuvo involucrado en el origen de la ingeniería genética molecular. Nada menos que el doctor Francisco Bolívar Zapata, investigador emérito de la UNAM y miembro del equipo de transición de Peña Nieto, diseñó una de las primeras herramientas moleculares para transferir genes de un organismo a otro. A lo largo de los años ha sido merecedor de casi todas las distinciones académicas, aunque todavía le falta el Nobel.
Publicado en SinEmbargo.mx y The Huffington Post